viernes, 25 de diciembre de 2015

Los malditos hijos del tiempo

En un momento determinado de la humanidad se descubrió con infinita alegría que la inmortalidad ya no era solo un delirio de grandeza opacado por el imponente paso del tiempo. La mortalidad tenia cura, a un precio muy elevado, y la separación de la humanidad era evidente.
Los mortales llamados hijos del tiempo y los inmortales llamados Amortis. Esto genero grandes diferencias entre estas 2 facciones de la humanidad, tanto así que decidieron separase y crear civilizaciones separadas.

Heraldo era un joven hijo del tiempo, cuyo tiempo en el planeta estaba destinado a perecer de manera inevitable. Debido a la gran preocupación que este sentía por la muerte decidió ir en busca de esa, la cura para la mortalidad. Cruzando cientos de kilómetros hasta la más cercana cuidad Amortis Babel, donde una torre que se alzaba miles de metros partía el cielo sin menor dificultad, ahí dentro de ese imponente edificio se encontraba lo que el tanto deseaba.

Entrar a la cuidad no era fácil, los Amortis despreciaban y sobre todo, envidiaban con suma asquerosidad a los hijos del tiempo. Heraldo desconocía la causa del desprecio pero sabía que si iba a ser uno de ellos conocer la causa seria mas que inminente. Al terminar su travesía y encontrarse ante los gigantescos muros de la cuidad, el no pudo evitar temblar ante el gran respeto que estos imponían. En la entrada se encontraba un hombre, viejo como ningún otro cuya barba se extendía hasta el suelo y cuya postura reflejaba en él la experiencia de decenas de años. Heraldo se acerco al viejo pues era el quien abría las puertas hacia su destino.

Al plantarse frente al viejo, este lo miro como si lo examinara, cada ínfima parte de él, cada pequeño rasgo era fríamente observado por el viejo y fugazmente como si el escapar del aire a través de su boca fuera algo más allá del mismo tiempo le dijo:

-Hijo del tiempo, se a lo que has venido pero te tengo que advertir no tienes idea a lo que te enfrentas.
Heraldo se encontraba confuso, nadie había notado que él era un hijo del tiempo ni mucho menos la intención que tenia.
-Se que buscas ser un Amortis pero déjame decirte, no tiene nada de bueno.
-¿Por qué lo dice? Que tendría de malo ser inmortal y tener todo el tiempo del universo!
El viejo simplemente sonrió y con gran amargura en sus palabras replico
-¿Sabes por qué los envidamos tanto? Tenemos que trabajar al menos doscientos o cuatrocientos años de nuestra vida solo para poder pagar la deuda que nos hace inmortales, sin sueldo ni descanso, no podemos morirnos de cansancio pero aun así lo sufrimos. Tampoco podemos tener descendencia pues uno de los efectos secundarios es la esterilidad permanente e intratable y sobre todo nuestras vidas no tienen valor alguno. Dimos el valor de nuestras vidas a cambio de nunca morir, si tal vez viviremos siempre, pero una vida vacía llena de resentimiento, siendo esclavos de nuestro propio camino, no hay hambre ni sed que nos mate, atados siempre a la peor de las torturas. Todos y cada uno de los habitantes Amortis te dirá lo mismo "La vida pierde sentido cuando no hay muerte que te la quite"


Tras las palabras del viejo, este abrió la puerta que llevaba a la torre, sin embargo Heraldo se dio la vuelta y se regreso a su casa, prefirió morir dignamente a vivir siempre podrido por dentro.
FIN